El crimen de ser periodista

Qué fácil es juzgar el trabajo ajeno desde nuestra propia trinchera. El simple hecho de ser afecto a una posición política me faculta como ciudadano de a pie, dirigente político, empresarial, estudiantil o figura militar a satanizar, inculpar, denigrar, criticar a cualquier profesional de la comunicación que no comparta mis ideas…

En la sociedad actual “roja-rojita” para unos, y “antidemocrática” para otros, el valor del respeto mutuo y colectivo ya no es una actividad de práctica común. El periodista de la “Venezuela Bolivariana” se la juega día a día no sólo al momento de ejercer su profesión, sino en su vida diaria. Portar una credencial como profesional de la comunicación de cualquier medio privado, oficialista o pro-gobierno resulta un inminente pecado capital, un crimen de lesa humanidad, un blanco fácil de atentados físicos y verbales de cualquier persona que difiera de lo que los comunicadores puedan expresar desde su tribuna laboral.

¡Dios, que pecado tan grande, soy periodista, soy un enviado del mal! Merezco el peor de los castigos, no tengo derecho a nada más que bajar la cabeza cuando a cualquier persona se le ocurra tildarme de golpista, fascista, tarifado, disociado, agente de la CIA, lacayo del imperio, u otro improperio que se le ocurra en medio de una impulsiva idea de defender a capa y espada una posición política, o simplemente cuando me tropiece en una calle cualquiera y reconozca mi rostro marcado con el terrible sello de ser un profesional de la comunicación.

Qué tiempos aquellos, en los que en Venezuela la división más común era la político-administrativa o la territorial, ése tiempo en que aunque la corrupción también era el pan nuestro de cada día, se podía hablar abiertamente de lo que nos gustaba o disgustaba del gobierno de turno. Un único país con muchos matices políticos, ideales de vida y unas ganas inmensas de salir adelante. Una nación muy distinta a la de hora, pues en la actualidad el clima político cargado de odios y complejos ha fracturado de manera casi insostenible la relación normal de convivencia de sus habitantes, trayendo como resultados a los famosos “chavistas y opositores”.

Hoy por razones matemáticas y de cambios gubernamentales me toca ser periodista de la Venezuela marcada por las dos trincheras: “la revolucionaria y la antirrevolucionaria”. Ésa en la que mi trabajo es tildado según el medio en el que me desempeñe, y no así, por el buen o mal ejercicio de mi profesión: pues que importa si soy buena o mala en mi carrera, lo que realmente importa para sobrevivir a la hostilidad del clima político de hoy es favorecer a la fracción política de mayor fama.

Este hecho me obliga a reflexionar sobre la interrogante que salta a mi mente cada vez que se me criminaliza por ser periodista: ¿Será que debo entender que ahora mis principios éticos y sociales son exclusivo dependientes del prestador de servicio que me emplee, o peor aún, de la tolda política que se jacte de ser “mayoritaria”? Pues no amigo, permítame decirle que no es así, YO SOY PERIODISTA, un servidor público, un intermediario entre las voces que a pocos les gusta escuchar y el resto de la sociedad venezolana. Soy el profesional que se convierte en el eco del verbo, la palabra, el abrazo, la alegría, el silencio y el lamento del país en el que vivo, pero sobre todo, soy argumento.

Como conocedora de mis deberes y derechos profesionales puedo decir que así como soy periodista, también soy un ciudadano igual que usted, que también siente, padece y celebras los triunfos o fracasos propios, familiares y hasta los colectivos. Soy tan criolla como la arepa con mantequilla y queso que a veces se posa o se esfuma de las mesas de los hogares que abundan en mi país. Lo que soy y tengo se lo debo a mi trabajo, y el hecho de haber escogido al periodismo como estilo, forma, sistema y plan de vida no me hace peor persona, ni un ser inferior o superior ante la sociedad discriminatoria que reina en mi país. No tengo porque ser blanco móvil de retaliaciones políticas, ni tampoco un borrego de las seudos informaciones y teatros políticos a los que los últimos ocho años de gobierno nos tienen acostumbrados, simplemente soy la voz de los sin voz, y con mucho orgullo puedo decir: SOY PERIODISTA.

Soy una profesional de la comunicación, con aciertos y desaciertos comunes en mi vida diaria, pero altamente responsable de lo que expreso desde la tribuna periodística, pues mi compromiso no es unipersonal sino colectivo. Como ser pensante y dueña de mis actos soy yo la que decide sobre que pensar, hablar e incluso hasta callar. Siempre fiel a mi libre derecho a expresarme puedo decir que no me arrepiento de ser Periodista, que me siento muy feliz de serlo, así como me enorgullecen mis colegas que con gran temple, ahínco y compromiso llevan día a día las informaciones a todas aquellas personas que con buenos o malos ojos nos logran escuchar, ver o leer. Y si en nuestro país pertenecer al gremio periodístico es un crimen imperdonable, pues lo siento, júzguenme y condénenme al peor de los castigos, pues mi pasión por el periodismo y la comunicación no cesan ni en el peor de los casos, por lo que ¡sólo puede decir una y mil veces que aunque intenten censurarme de distintas maneras jamás podrán silenciar mis ideas, pues éstas nunca mueren!

Deja un comentario